jueves, 23 de agosto de 2012

UN PASEO POR LA TIERRA

Tu no puedes verlo porque no me acompañas, nunca lo haces, de igual modo que yo no te acompaño a ti, pero a mi izquierda y durante prácticamente los primeros ocho kilómetros, hay un continuo azul de agua, carrizos, árboles..., incluso personas que, creyendo que se esconden de otros ojos, lo hacen.


Puedo pensar en cualquier cosa durante el recorrido. Pensar en ti. Pensar en lo jodidamente ridículos que parecemos los seres humanos tomando tan en serio las mentiras que solo sirven a la codicia. Pensar en la belleza... 
 Un puente se cruza en el camino, hay que pasarlo. Es sencillo; ni siquiera me cuelgo la bicicleta al hombro, la llevo, con docilidad, del manillar.


A partir de ahí hay una carretera asfaltada y el agua se va quedando a mi derecha. Durante otros 15 kilómetros solo hay hostales, restaurantes, zonas de aparcamiento y algunas viviendas, pero no cejo. Sé que el asfalto terminará por desaparecer, primero en forma de una carretera rugosa y pestosa, como de kilómetro y medio, para terminar en otro camino de tierra que bordea lagunas azules como el cielo. 

Después de hora y media pedaleando me cruzo con algunos senderistas. El paisaje se va haciendo agreste, el agua desaparece, la sequía de este año se hace sentir y la soledad se muestra descarnada y vegetal.

El horizonte se ensancha, se agranda y adquiere una dimensión de cinemascope. El viajero, el ciclista... El hombre solitario que cabalga y pedalea como si le fuera la vida en ello, se detiene, mira en derredor y permite que los ojos se le humedezcan. Si, derrama unas lagrimas. No esta claro si son de furia, de ira, o de amor.