sábado, 15 de septiembre de 2012

CADÁVERES COMO ABONO


Hay personas que por nada del mundo renunciarían a un buen ataúd y su parcela de terreno en el cementerio de su pueblo;  a otras, más románticas o viajadas, no les importaría ser enterradas junto a la tumba de un poeta, o en un cementerio famoso plagado de esculturas y panteones musgosos. En una zona de África los muertos (antes de morir) eligen la forma del ataúd: un coche, una fruta, la reproducción de un objeto de su agrado, todo ello en los más vivos colores. Hemos visto en películas fastuosos entierros y también algunos solitarios, tristes o sórdidos bajo el paraguas de un día lluvioso, a la vez que un flash back nos cuenta su vida antes de ese momento. 
Hay personas que prefieren la incineración, un proceso en el que el cuerpo se quema por encima de los 800º centígrados y solo queda de él las cenizas con pequeñas partículas blancas: los huesos. Los familiares recogen una urna y normalmente desparraman los restos en el lugar elegido por el difunto; o bien, los más necrófilos, la guardan en algún lugar de su hogar. Lo cierto es que los humanos morimos mucho, más de lo deseable según algunos, y menos según otros. Los cementerios de las grandes ciudades ocupan unos enormes espacios a los que se les podría dar otra utilidad, desde jardines, hasta urbanizaciones de adosados. 
Leyendo un libro* me he encontrado con una propuesta mucho más interesante. Hay una mujer en Suecia que propone otra solución, es práctica, biodegradable, ecológica y tiene algo de romántica; según la autora del libro cuenta con el apoyo de las autoridades suecas, incluido el rey. Se sumerje el cuerpo en un tanque de hidrógeno líquido, con lo que se congela y mediante ultrasonidos o vibraciones se hace añicos, lo bastante pequeños para que no pueda ser identificado como fulano o mengana. Mas tarde pasa por un proceso de liofilizado y ya se puede utilizar para abonar un árbol o una rosaleda en honor del muerto. 

*FIAMBRES. La fascinante vida de los cadáveres. Mary Roach