sábado, 1 de septiembre de 2012

NO ES NADA PERSONAL

Me he quedado sin canciones, sin saliva, sin lagrimas, sin sudor, sin sangre, sin piernas. He perdido el corazón, la capacidad de hablar y pensar; pensar y hablar. No sé reír, ni llorar, ni amar..., tampoco gozar. Lo único que tengo son los dedos con los que tecleo sobre un ordenador que es como una vieja máquina de escribir Underwood, esperando que sean capaces de sacar una negra historia para imprimir sobre papel de mala calidad y que un editor, de mala y triste reputación, quiera llevar a la imprenta por cuatro cuartos y unas cuantas promesas tan falsas como su miserable vida de fracasado. Se acumulan las palabras sin sentido en la punta de los dedos. Van por un sendero que discurre desde lo más primigenio de mi cerebro hasta la modernidad de las neuronas de la corteza cerebral; bajan por el cuello en dirección a los hombros, hacen la curva del codo y se embotellan en las muñecas, atropelladamente, impacientes. 
Qué extraña mezcolanza es la vida humana. Si uno quisiera la podría ver como algo puramente biológico, sin reparar en nada más, fríamente. Procesos químicos regulados por un procesador similar al que utilizo para escribir ésto. Una complicada máquina producida por la naturaleza a lo largo de miles de millones de años sin otro afán que el de la reproducción, ya que la supervivencia no se encuentra asegurada; todos sabemos que el planeta Tierra tiene un origen, un principio y que tendrá un final en el que no podremos existir tal y como lo hacemos ahora. Un día cualquiera no despertaré; tal vez vaya andando por la calle y cruce al otro lado justo en el momento en que pasa un autobús, aplastándome; quizá se me pare el corazón ante un disgusto no previsto por la máquina. Me puedo levantar sudoroso, hastiado del mundo y dirigirme a un banco con una pistola en la mano, atracarlo, quedarme atrapado y en un acto de locura supremo salir del mismo disparando, siendo abatido por la policía en un acto de..., llamemoslo caridad cristiana. Un par de días en los medios de comunicación, tal vez con grabación de cámaras de seguridad y de mi cuerpo tendido sobre el asfalto bajo una manta térmica, mientras me pudro, indecorosa e impúdicamente sobre la mesa de un forense.