sábado, 22 de diciembre de 2012

LA FECHA MAYA

Un viento frío y cortante dio en el rostro de los asistentes a la recepción de Navidad en el Palacio Real cuando salieron de nuevo a la calle tras padecer los fastos del día. Un día tedioso de frac, bandejas, saludos, ministros, embajadores, empresarios, sonrisas, majestades, príncipes, presidentes, camareros, doncellas de negro con inmaculado delantal blanco, altos militares, fotógrafos, cámaras de televisión, micrófonos..., un poco más allá, cómo a lo lejos pero no tanto que no se pueda distinguir, los curiosos. Una puesta en escena de poder y cotilleo sensacionalista. Eso es lo que habían vivido en primera persona los invitados y, se les notaba en las facciones, en los rostros lívidos, en el miedo. La Bolsa bajaría, eso seguro; un miembro de la realeza o un miembro del gobierno saldría por televisión y lanzaría un discurso del tipo..."Españoles, Franco ha muerto..."; los medios de comunicación se enzarzarían en un debate político, policial, sobre la seguridad, el terrorismo..., hasta que la noticia deje de vender. 
Es un asesino, en eso estamos de acuerdo, pero no es un desalmado. Tan solo amenazó al camarero y le obligó a quitarse la ropa, dejándolo atado, amordazado y encerrado en el cuarto oscuro, cualquier cuarto oscuro, los palacios están llenos de ellos, son consustanciales a su existencia cómo Dios es Uno y Trino, solo que en el caso de los palacios no es un mito: existen. Un portador de canapés observador puede escuchar conversaciones que asombrarían al periodista más avezado. Cuando llegó la Familia Real se hizo el silencio, la orquesta tocó la Marcha de Granaderos y el que más y el que menos enderezó la espalda o sacó la barriga, incluidas las damas, fueran señoras o señoritas. Volvieronse a formar corrillos, mientras los grandes personajes se acercaban a unos y otros, saludaban, decían unas palabras y pasaban al siguiente. Tras el contemporizador discurso real subió al estrado el presidente D. 
Aculeo, colocado estratégicamente tras una impresionante columna de mármol digna de un emperador o un Cesar cualquiera, sacó el tirachinas del interior del bolsillo de la chaqueta, cogió una bola de rodamiento de un centímetro y medio de diámetro de buen acero; la puso en la badana de cuero unida a la elástica goma y estiró y apuntó con sumo cuidado. El rodamiento impactó en medio de la frente a unos trescientos metros por segundo, interrumpiendo el discurso en el momento final del chiste introductorio. El presidente D cayó de espaldas, rígido y más muerto que un santo.
Ahora tocaba vender noticias y especular con el tipo de arma utilizada. En fin, más corre Aculeo que un mastín...