martes, 22 de enero de 2013

EL SUEÑO DE ACULEO

   Se tiró sobre la blanca y fina arena que enmarcaba, desde lo alto del acantilado, la playa, dejando que el sol en toda su plenitud de final del invierno calentara sus fríos huesos de asesino a sueldo, y soñó. 
   Un monstruo informe y sin nombre aparece al comienzo de una colina; antes de eso, Aculeo camina alegremente entre un paisaje de belleza onírica, tiene la intuición de que tras la colina a la que se dirige hay algo que le gusta, que le espera y que el espera encontrar. Sin saber por qué, comienza a correr con un trotecillo saltarín y alegre que le lleva en volandas entre verdes prados y el amarillo del sol; sorteando las musgosas rocas y las salicarias que crecen a la orilla de los arroyos que, con los soñadores y volanderos pies, salta cual duende verde de los bosques, pero... ¡ay! ¿Qué es esa sombra que se cierne amenazante a su espalda? ¿Qué, aquello que lo envuelve todo de tonalidades grises? ¿Dónde ha ido a parar la alegría del color? El paisaje sufre una inmediata transformación que impele a Aculeo a correr y enfilar la pendiente de la colina, ahora oscura y tenebrosa. Se gira y ve al monstruo, ahora león, ahora grifo, o una mezcla de ambos. ¡Corre, corre Aculeo!, se dice en el sueño, mientras las fauces detrás de él se abren y cierran con un terrible sonido; babeantes, provistas de enormes dientes dispuestos a despedazarle si tropieza o se para. ¡Corre, corre Aculeo! Y logra unos metros de ventaja a la vez que la colina desaparece y sus pies pisan una estrecha senda con abismos a los lados, como sustentada en el vacío. El monstruo no ceja en la persecución. De improviso el camino se acaba, abajo, a sus pies, esta la salvación que se extiende plena de luz y color. La fiera esta a punto de alcanzarle y presiente su fin, no hay escapatoria. El monstruo salta sobre él con las garras extendidas, rugiendo de maldad, justo en el momento que Aculeo se lanza al vacío y vuela, vuela, recordando que siempre ha sabido volar. Le inunda un gran alivio mientras planea sobre las montañas pobladas de pinos, deslizándose como un planeador sobre los valles perfumados. Le inunda un placer mágico mucho más real que la pesadilla que acaba de sufrir. Tras las montañas se adivina una línea verdosa que se disocia del azul celeste, allá, en el horizonte. Todo su cuerpo volador, ahora transido de placer y felicidad, con todos sus miembros intactos y etéreos, se dirige hacía ese verde marino. Su vista de pájaro alcanza el litoral, y, al igual que las aves, sobrevuela los acantilados. Sobre una playa desierta ve un cuerpo desnudo, tendido sobre la arena...
   Las olas llevan unos minutos lamiendo los pies de Aculeo, hasta que una, con algo más ímpetu que las otras, hace estallar su espuma  en su bajo vientre y le obliga a despertar. Sobre su cabeza un cielo azul, pulcro, impoluto, y el recuerdo de un sueño.