sábado, 12 de enero de 2013

OTRA MUESCA

El gran niño bien de la política se estremeció como un conejo cuando le alcanzaron los electrodos de la Taser. Cincuenta mil voltios con una intensidad de tres miliamperios le dejaron paralizado el tiempo suficiente  para sujetar las muñecas con una brida y tapar su boca con un pedazo de cinta americana. Le arrastró hasta la ventana del baño, situado en la planta baja del hotel donde se celebraba el banquete, aún llevaba la bragueta desabrochada, lo elevó agarrándolo de los muslos y lo apoyó sobre el abdomen en el pretil de la ventana; saltó por encima, ya desde el suelo de la calle, tiró de él hasta dejarlo tumbado en la acera. Abrió el maletero del jaguar y lo metió dentro, no sin antes sujetarle los tobillos con otra brida que unió con una tercera a la de las muñecas. Un sonido sordo salió por sus fosas nasales, sin que Aculeo hiciera o dijera otra cosa salvo cerrar el maletero.
Condujo el coche hasta los Montes de Toledo, cerca del Parque Nacional de Cabañeros. Antaño toda aquella zona, unas doscientas mil hectáreas, fue propiedad de los Aznar, importantes navieros e industriales asentados en Bilbao. Aculeo poseía una finca de unas pocas hectáreas; un pequeño arroyo que iba a parar al río Bullaque pasaba por sus tierras; bien provista de encinas, quejigos y hasta una alameda. Cerca del arroyo y arropada tras un promontorio había una casa de labor que adecentó años atrás. Allí detuvo el coche, bajo un emparrado de uvas moscatel que algún labriego había plantado muchos años antes.
Abrió el maletero, cortó las bridas de los tobillos y la que los unían a las muñecas, ayudandole a salir. Estaba entumecido y mareado, se había orinado encima y no coordinaba bien. Aculeo espero unos minutos a que recuperara el aliento, tampoco era cuestión de cargar con él hasta el interior de la casa. Le agarró de un brazo para indicarle el camino, el prócer se incorporó y caminó, trastabillando un poco hasta la parte trasera de la casa, donde había una especie de almacén con un techo de tejas y una gran viga central de castaño que sustentaba toda la estructura. De la viga colgaba una cuerda de nailon del tipo que usan en escalada que acababa en un nudo corredizo, pasaba a través de una polea y terminaba atada a una argolla fijada en la pared. Le ordenó que se sentara en el suelo, le ató el nudo a los tobillos y tiro de la cuerda hasta dejarlo colgado boca abajo; despegó de un tirón la cinta de su boca arrancando unos cuantos pelos del bigote y la barba. Encendió un cigarrillo y se le quedó mirando.
-¿Es un secuestro?- Dijo con carraspera.
-No,  será un asesinato, ¿quieres decir algo?
-¿Por qué lo hace?
-Es un encargo.
-¿Sabe quién soy?, ahora mismo me estarán buscando con todos los medios posibles. Dígame cuanto le pagan y le doblo, le triplico la cantidad.- Aculeo siguió fumando, sin responder nada.
-Tengo mujer, hijos, nietos... Nunca he matado a nadie, no merezco ésto..., ¿quién le paga?- En su voz se notaba la falta de esperanza.
-Me pagan personas como tú. Ellos también tienen esposa, hijos, nietos..., creo que miran por su futuro.- Dio una chupada al pitillo, expulsó el humo y le cortó el cuello.