martes, 8 de enero de 2013

REFLEXIONES DE UN ASESINO

Siempre me ocurre lo mismo después de matar a alguien. Me invade una sensación de vacío, una negación del yo, un aburrimiento de mi mismo y una desconsiderada apatía sobre lo que significa mi paso por la vida. Apatía que nada tiene que ver con el deseo de morir, sino más bien con una indiferencia inane a los placeres cotidianos como la comida, la higiene o las buenas costumbres. Si, me dejo llevar por la abulia, por supuesto no en un sentido definitivo como podría ser el de esas personas que acumulan objetos inservibles en su casa hasta convertirla en un estercolero y que se conoce como el síndrome de Diógenes, algo que nunca he llegado a entender, porque el Diógenes al que me refiero es Diógenes de Sinope, conocido filósofo griego al que nunca le preocupó la propiedad de nada y menos aún la acumulación de basura, pues vivía en la calle y tenía una tinaja por refugio. Tampoco se puede decir que me afecte el "síndrome" en el sentido de abandono y soledad social; no estoy solo ni lo pretendo. Todo lo contrario, me gusta la compañía de otras personas, si no para relacionarme con ellas en todo momento, si para observarlas en su devenir diario, por ejemplo mientras disfruto de un café o una cerveza sentado cómoda y displicentemente en una terraza y veo pasar ante mis ojos el teatro de la vida con sus personajes tan verídicos y tan falsos como en el mismo escenario. Lo que si tengo es la certeza de ser un asesino atípico, ello no me hace mejor que otros asesinos anteriores o contemporáneos, puede que ni siquiera diferente, pues a buen seguro pululan por esta tierra y tal vez, solo tal vez, en otras partes del Universo, seres parecidos o al menos con inclinaciones y prácticas similares, por lo tanto soy atípico por lo poco común, no por se único; sería ser presuntuoso y egoísta por mi parte creerlo de otro modo. 
Mi nombre es Aculeo, que en latín significa "poco amigable". Naturalmente es un nombre ficticio, buscado ex profeso para que se acomode a la profesión que, sin atisbo de arrepentimiento o moral, practico como medio de ganarme la vida, del mismo modo que otras personas pueden ser torneros, enfermeras, zapateros remendones o damas dedicadas a la filantropía. En el fondo poseo un profundo amor al género humano, solo trabajo por encargo y, con el paso del tiempo me he percatado de que soy capaz de amar y ser amado como cualquier otro, y tan tierno como un cachorro.